Los de Marcelino vencen en la prórroga (2-3) gracias a un tanto de Iñaki Williams, después de remontar dos de Griezmann. El argentino acaba expulsado por primera vez por una agresión revisada por el VAR
Esta Supercopa merece una gabarra, aunque la pandemia recomiende que sea con la gente que hace de la calle Licenciado Poza, la vieja senda de San Mamés, un lugar con una atmósfera que no parece de este tiempo, en el que el Athletic sobrevive aferrado a una idea que los mercaderes del fútbol convierten en una utopía: la pertenencia. Bien está, pues, que al fútbol de los Messi, expulsado en La Cartuja por su impotencia, y de los Florentino, en el que el fulgor del dinero y las estrellas opaca todo los demás, se le recuerde por dónde empieza un equipo. El principio de pertenencia es para todos, también para el Barça o el Madrid que se han quedado en el camino, porque ninguna afición es mejor que otra. Pero el Athletic la ha sublimado con una idea que con lo convierte en único, para bien y para mal, para estar orgulloso y para sufrir. Es día de lo primero.
El Athletic repite el título conseguido en 2015 y ante el mismo rival, entonces dirigido por Luis Enrique. Era el Barça del triplete, nada menos. El formato, en esta ocasión, aumenta los méritos, puesto que ha derrotado en la Supecopa a cuatro a los dos grandes. En la final, después de remontar dos goles de Griezmann, lejos de poder cumplir su exorcismo, gracias a De Marcos y Villalibre, y dominar a un Barça especulativo para tumbarlo a lo grande en la prórroga, con un disparo cruzado y letal de Iñaki Williams.
Marcelino no podía arrancar de mejor forma, a la espera de la final de Copa pendiente, frente a la Real Sociedad. Es indudable la compresión del equipo con el nuevo estímulo del técnico, pero sería injusto no reconocer, como ha hecho el asturiano, los méritos de la etapa de Gaizka Garitano. Marcelino ha sido como un punzón sobre el sistema nervioso del equipo para reactivar las constantes que están en su idiosincrasia. El Athletic, para empezar, es intenso. Lo demás, después.
UN BARCELONA ESPECULATIVO Y DESCONOCIDO
El Barcelona, en cambio, no fue nada de lo que ha sido. Partió con Messi, ausente ante la Real, pero partió más pendiente de sus propios miedos que de su referencia. Era un Barça que especulaba, en lugar de un Barça que jugaba. Una ‘terra’ ignota para los azulgrana. La consigna de Koeman era evitar los errores que tanto han penalizado a su equipo desde su llegada. Han sido vías de agua. En San Mamés, ante el mismo equipo, tuvo uno que le costó un tanto de Williams, nada más empezar, pero fue cuando se puso a jugar cuando derribó a su oponente y ofreció uno de los mejores pasajes de esta extraña temporada, para todos pero especialmente para los barcelonistas. Por dónde empezar era la cuestión. Eligió la defensa.
La consecuencia fue desconectarse de su ataque, de Messi, lejos de su mejor versión, Griezmann y Dembélé. La presión alta, altísima, del Athletic llevó el partido, pues, a un único terreno, las inmediaciones de Ter Stegen. Como hizo frente al Madrid, Marcelino buscaba el error cerca del arco, pero el Barça no se lo ofrecía, pese a las dudas de Lenglet, que vio una tarjeta innecesaria demasiado pronto. A su lado crece un central jerárquico e inesperado. Es Araujo. Hay madera en el futbolista. La duda es si fraguara en tiempos de tempestades en el Barcelona. Es más difícil pero es una oportunidad.
Marcelino tenía el control y Koeman, la seguridad. Pero la realidad es que a ninguno le servía. Si acaso, al Athletic, que mantenía a los hombres más peligrosos lejos de la zona erógena de su terreno. Eso es ya un mundo frente a Messi y Cia. El problema es que tampoco gozaba de los espacios por los que avanza Williams como un felino por el Serengueti. Apenas un lanzamiento de Capa durante minutos de dominio. Unai Simón lo miraba todo como si buscara fieras con unos prismáticos. Ninguna se acercaba.
Renunciar a tanto es demasiado para el Barça, porque no es un equipo hecho para lo que hizo en Sevilla. La razón es que su forma de defender no es su mejor palo, no es el Atlético, no está diseñado para resistir aunque no sea frente a un equipo de gran armamento. Una prueba es lo rápido que perdió su capital, apenas minutos, después del gol de Griezmann, en la única acción coral azulgrana. Ni Dest, ni Jordi Alba taparon el centro o la entrada de oponentes y De Marcos se presentó ante Ter Stegen para dejarlo todo como al principio, pero con un Athletic inflamado.
LA SENTENCIA DE WILLIAMS
Raúl García pudo adelantar al Athletic, pero el VAR vio lo que no ven los ojos. Los centímetros, en cambio, estuvieron del lado de Griezmann, que cazó el remate en el lugar del nueve. Reía el francés en la cuenta atrás. Se equivocó.
Los peores presagios de Koeman se cumplieron y Villalibre, que saltó del banquillo, pescó en la miserias azulgrana a falta de dos minutos. El balón parado es como un retrato. La prórroga tenía ya un ganador emocional, con Messi en gris y expulsado por una agresion cazada por el VAR. Williams sólo puso la firma a la utopía, con el eco de un chupinazo en la ría.