Fue nombrado seleccionador al inicio de la pandemia y en septiembre se encontró con el conflicto por el Alto Karabaj: «La motivación es difícil, hay sentimientos fuertes».
«¡El himno, pídelo! ¡Que lo pongan!». Hace apenas un mes, Joaquín Caparrós (Utrera, 1955), seleccionador de Armenia, gritaba con vehemencia sobre la hierba del estadio GPS de Nicosia (Chipre). En aquel rincón, a 1.600 kilómetros de Ereván, la capital armenia, debido a la prohibición de la UEFA por el conflicto bélico con Azerbaiyán por el Alto Karabaj, se dejó la voz por todo un país. Hacía sólo una semana que la guerra, tras 44 días de fuego cruzado y más de 5.000 muertos (2.425 armenios, según cifras del país) había terminado.
«Esas cosas surgen, no están preparadas. Somos conscientes de que todo el país está viendo el partido y queríamos celebrarlo en el campo, con el himno y la bandera, igual que lo estaba haciendo la gente al otro lado del televisor. Allí nos unimos todos y ha hecho que seamos una familia. Las cosas hay que demostrarlas y fue mi manera de trasladar al grupo que lo que les decía no eran sólo palabras», recuerda a EL MUNDO Caparrós, uno de los ponentes del 16º Congreso Internacional Fivestars, junto con Vicente del Bosque, Diego Forlán, el Mono Montoya, Víctor Orta, Antonio López y Luis Villarejo, que se celebrará por videoconferencia los próximos 20 y 21 de febrero.
Desde marzo, el técnico sevillano dirige a la selección de Armenia, tras ser reclutado por Ginés Meléndez, director deportivo de esa federación y profesor suyo en los 80. «Me llamó varias veces y me dijo que había un proyecto muy bonito. Yo quería entrenar, estaba cómodo en mi casa, el Sevilla, donde tenía un contrato de varias temporadas, pero quería entrenar. Mi vida son los campos de fútbol y me fui con muchísima ilusión». Lo que no esperaba Joaquín Caparrós era encontrarse, a sus 65 años, con una de las experiencias vitales más intensas como entrenador. Nueve meses en el cargo que nunca olvidará.
«TRISTEZA ENORME EN LA CALLE»
Nada más aterrizar, se topó con el coronavirus: «Al principio todo estaba cerrado y poco a poco fueron abriendo. Allí se vive mucho en la calle, es una ciudad muy alegre y muy segura. Así que se fueron abriendo más, aunque los contagios no bajaban. Tomaron la decisión de que tenían que seguir adelante por el tema económico. Y luego lo que pasó es que al virus se le unió la guerra y nos juntamos con las dos situaciones». El revés llegó a finales de septiembre (27), con el estallido del conflicto por el control de la franja de Nagorno Karabaj, frontera con Azerbaiyán, a unos 300 kilómetros de la capital armenia: «Cuando llegó la guerra, se notaba una tristeza enorme en la calle. Entre la juventud había movimientos pidiendo ayuda para los chicos que estaban en la contienda».
Si la pandemia ya había relegado el fútbol a un segundo plano, la guerra lo dejó en silencio. «Cuando íbamos a la academia, todos los armenios estaban con sus móviles siguiendo las declaraciones del ministro, del ejército, mandando mensajes o incluso viendo imágenes durísimas de la guerra. Todos hablaban de una situación que se llevaba a familiares y amigos al frente. Se alistaron chicos de 19 ó 20 años del segundo equipo, e incluso árbitros. El día a día era comentar lo que había ocurrido en la zona del conflicto la noche anterior».
«SINTONIZAR CON LOS CHICOS»
Fueron días, semanas, en los que el entrenador tenía que ser un amigo, un psicólogo, uno más con el que compartir el dolor. «La motivación es difícil porque hay unos sentimientos muy fuertes. Tu país está en guerra por un conflicto que no es nuevo. Los jugadores tienen conocidos que han fallecido. Así que, imagina… Nuestra labor era transmitirles que estábamos con ellos, que sentíamos lo que ellos sentían, a pesar de que era complicado. Intentamos ponernos en su situación para que los chicos se desahogaran. Era fundamental sintonizar con ellos y el fútbol tenía que ser el medio para transmitir a todo un país que lo sentíamos».
P.- ¿Llegó a llorar en esas difíciles semanas?
R.- Cuando estás delante de una persona con ese sentimiento, no eres de piedra. Son momentos muy duros y ves muchas lágrimas.
«¡El himno, pídelo! ¡Que lo pongan!». Caparrós gritó así aquel 11 de noviembre, en suelo chipriota, porque sólo unos días atrás habían derribado a Georgia, en Tiflis, a quien nunca habían ganado, y con quien mantiene una intensa rivalidad. «Fue muy muy importante y emotivo. El grupo sintió una gran alegría». Tanto, que aquella euforia desembocó en 12 positivos (médicos, técnicos, utilleros y jugadores) por coronavirus, a sólo dos días de enfrentarse a Macedonia del Norte en Chipre. «Todos apretamos los puños para rehacernos a la carrera. El ser humano siempre encuentra fuerza cuando tiene un objetivo claro. No era sólo ascender (a la Liga de Naciones B) sino brindarles la victoria a todos los compatriotas que estaban en el conflicto y, también, a los que estaban en sus habitaciones con el virus».
«¡El himno, pídelo! ¡Que lo pongan!».