El equipo azulgrana salva el triunfo ante un buen Getafe gracias a un madrugador gol de Sergi Roberto y a un golpe de talento del neerlandés. Nico González y el debutante Gavi calmaron a los de Koeman en el ocaso
Exige el fútbol el constante reemplazo de ídolos. La eternidad de nada sirve si cada tres días no hay alguien cerca a quien venerar. Y a veces también odiar. El día en que Leo Messi, a sus 34 años, acudía a Reims para comenzar de nuevo y corroborar que el romanticismo en este deporte es ya una gran mentira, el Camp Nou se rendía a los pies de Memphis. Sí, ese futbolista que es todo carisma y que camina por la tierra quemada como si fuera la tierra prometida. Un solista y los jóvenes que irrumpan de La Masia. No queda otra.
Olviden por un momento el tremendo gol (2-1) que marcó Memphis -una bicicleta, un recorte troceado en el tiempo y un latigazo de derechas- y adviertan un poder que va más allá de sus cualidades como futbolista. El reloj marcaba el primer cuarto de hora del partido. El Barcelona ya ganaba al Getafe gracias al gol en el mismo amanecer de Sergi Roberto. Nada destacable estaba ocurriendo. Memphis se fue hacia la línea de fondo para sacar un córner. Y antes de llegar y hacer reposar la pelota frente al banderín, él mismo se puso a aplaudir a los espectadores que allí aguardaban. Después de quedarse con la boca abierta, los hinchas se pusieron a rugir como locos. En tiempos de escasez y penurias, encontrarse con un tipo así es una bendición.
Porque el Barcelona, pese al triunfo, no dio ningún motivo para la esperanza más allá de los minutos finales en que asomaron por el césped los jóvenes Nico González y Gavi, debutante éste a sus 17 años. Durante largos tramos del partido Míchel, cuya trayectoria en los banquillos no hace justicia a sus aptitudes como entrenador, ganó la partida en la pizarra a un Koeman. Michel movía piezas, dibujos (del 4-4-2 al 3-5-2) y se las apañaba para enredar a su ex rival noventero ante el creciente desasosiego del estadio.
Koeman, a rueda incluso con los tres centrales, continúa dependiendo exclusivamente de los golpes de talento. Y ahora sólo Memphis y De Jong parecen capacitados para ofrecérselos. No hay autoridad con el balón. El juego entre líneas pocas veces es dinámico. Los jugadores se estorban y montan torres de Babel en sus posiciones. Y en defensa, ni siquiera la acumulación de piernas asegura fiabilidad alguna.
MADRUGA SERGI ROBERTO
Si acaso, el Barcelona sólo supo jugar como un equipo en el primer minuto. Lenglet encontró en la línea de tres cuartos a Memphis y éste tuvo claro que quien debía continuar era Jordi Alba. Braithwaite, antes de esfumarse en la tarde y acabar lesionado, dejó pasar el balón para que rematara a gol Sergi Roberto.
Míchel ni se inmutó. Con las manos en los bolsillos dejó que su equipo continuara con el plan frente a un Barcelona que comenzó a mirar hacia atrás porque no podía hacerlo hacia adelante. El rendimiento ofensivo de Griezmann fue otra vez inquietante. Justo cuando su equipo esperaba que asumiera un protagonismo del que siempre renegó, el francés insiste en mantener un perfil ya de subsuelo. El estadio se lo afeó.
Mientras, Emerson, titular por Dest, no daba una a derechas. Araujo comenzaba a no saber cuánto más debía corregir. Mientras que Lenglet y Jordi Alba acababan bailados en la frontal por Sandro y Aleñá, futbolistas que aprendieron en La Masia a crear desde la nada. Ningún entrenador ha interpretado mejor a Sandro que Míchel (ocho goles en 15 partidos a sus órdenes). Y el canario así lo demostró con un disparo seco y en paralelo que dejó tieso a Ter Stegen en el 1-1. El portero alemán, que volvía tras su lesión, evidenció que está lejos de su mejor forma.
Sin rastro de coherencia en el juego, el Barcelona se enmarañó en discusiones. El Camp Nou la tomó con Sandro. Aleñá saldó alguna vieja cuenta pendiente con Busquets. Y Ünal, atizado por Lenglet, se tomó la justicia por su mano con el francés antes de chocar violentamente contra Ter Stegen.
PÉRDIDAS
El gol de Memphis tras ser habilitado por De Jong a la media hora no fue redentor, sino el preámbulo de un largo tormento. Aleñá se hizo un lío en un control cuando podía intuirse el empate en el segundo acto. Y Koeman, mientras veía cómo las pérdidas eran el único hilo conductor, hizo lo que mejor sabe. Entregarse a los jóvenes en momentos de desesperación. Nico González, a quien algún día se le reconocerá como alguien más que el hijo del legendario Fran, barrió pero también templó el centro del campo. Defender con balón siempre debería ser la idea. Y Gavi, enmascarado, se echó al monte cuantas veces pudo. Los valientes no siempre ganan, pero estimulan nuestros ojos. De eso se trata.
«Bienaventurado es quien camina», dejó escrito la Nobel Olga Tokarczuk, que se ha pasado media vida descifrando nuestro complejo de peregrinos. Nuestro miedo a quedarnos quietos cuando más desorientados estamos. A este Barcelona, sin saber si hay frontera o meta donde llegar, no le queda otra que seguir adelante. La vida.